jueves, 9 de octubre de 2008

Estambul, entre Oriente y Occidente

Magic Istanbul & Mercan Dede


A lo largo de la historia esta fascinante ciudad fue capital de tres imperios: romano, bizantino y otomano, una circunstancia que ha servido para que en todos y cada uno de sus rincones pueda admirarse la herencia cultural y artística de una ciudad que se ha convertido en uno de los destinos preferidos por los turistas que se acercan hasta Turquía.
Primero se llamó Bizancio, luego Constantinopla, cuando el emperador Constantino la convirtió en capital de un imperio (el romano) que comenzaba su declive, y, finalmente, fue bautizada como Estambul, cuando los turcos otomanos se establecieron en el poder. El despliegue de palacios, de mezquitas, de mercados y barrios llenos de vida hacen de ella una ciudad única, amén de ser la única metrópoli del mundo levantada entre dos continentes, Europa y Asia.

Quizás una de las imágenes más conocidas y sugerentes de Estambul sea el bosque de afilados minaretes que se extienden por las suaves colinas sobre las que se asienta la ciudad. Ubicada en el estrecho del Bósforo, que separa la parte asiática de la europea, y que comunica, además, el Mar de Marmara con el Mar Negro, posee un puerto natural, el Cuerno de Oro, que separa los barrios antiguos del norte de los más viejos (y también más valiosos) del sur, estos últimos protegidos por una muralla de más de siete kilómetros.

Tras estas murallas se alza el barrio de Sultanahmet, donde se encuentra lo que no debe perderse de Estambul bajo ningún concepto: las cúpulas, los minaretes y los magníficos esmaltes del templo del mismo nombre (más conocido como Mezquita Azul), erigido a comienzos del siglo XVII frente a los restos de lo que fue el hipódromo romano, y muy cerca de Santa Sofía.

Consagrada a la Sabiduría Divina y símbolo del esplendor bizantino, Santa Sofía, coronada por su cúpula de una treintena de metros de diámetro, fue levantada por Constantino el Grande y reconstruida por Justiniano en el siglo VI, y desde entonces ha albergado una basílica cristiana, una mezquita otomana más tarde y, hoy, un elegantísimo templo de mosaicos, mármoles y sombras que figura como museo.
En la ruta hacia el Gran Bazar, bajo cuyas cúpulas regatear hasta la extenuación en sus 3.000 tiendas de alfombras, cueros, oro y baratijas, aparece la Cisterna Bizantina y, hacia una de sus entradas, la elegantísima mezquita de la Luz o Nuruosmaniye, mucho más anónima y sosegada pero de una belleza sobrecogedora.

A una orilla del Cuerno de Oro, la Mezquita Nueva o Yeni Cami se alza no lejos de las cúpulas escalonadas de la Süleymaniye, rubricada por Sinán, el más famoso de los arquitectos otomanos, y hacia otro de sus extremos la de Eyüp, la favorita para llevar a los niños el día de fiesta de su circuncisión.

Con ellas el periplo por sus templos más imprescindibles podría quedar saldado, pero una vez allí sería un desperdicio no acercarse a buscar placeres más terrenos al barrio de Kumkapi, en el que compartir mesa con una familia turca al completo en sus restaurantes de pescado, o al encantador Ortaköy, cuajado de jóvenes a la moda en las terrazas de sus cafés con vistas al Bósforo. O a paladear los mosaicos de la iglesia del Cristo Pantocrátor y aspirar los aromas de un harén en el Palacio de Topkapi antes de trepar al atardecer a la Torre de Gálata para auparse sobre la ciudad entera a esa hora bruja en la que el Cuerno de Oro se tiñe de colores que hacen honor a su nombre.

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