miércoles, 29 de febrero de 2012

La pasión (turca) que no cesa: Ana Belén vuelve a Estambul

http://www.shangay.com/nota/28347/la-pasion-turca-que-no-cesa-ana-belen-vuelve-estambul

Veinte años después, Turquía sigue despertando en Ana Belén la misma fascinación que cuando se disponía a emprender un viaje que la marcaría, a nivel personal y profesional. La pasión turca, de Vicente Aranda, fue un proyecto muy especial para ella, y no dudó ni un segundo cuando le propusimos regresar a Estambul para recordar sus vivencias.

Entrevista Agustín G. Cascales
Fotos Miguel A. Fernández Estilismo Fran Martos
Maquillaje Juan Pedro Hernández
Peluquería Lorena de Lorena Morlote
Agradecimientos Oficina de Turismo de Turquía (www.turismodeturquia.com) y Pasión Turca


Preludio

Interior noche. Ana Belén, como tantos días, se acuesta relativamente pronto, aunque no con la intención de dormirse de inmediato. Es habitual que acabe atrapada por alguna película con la que se tropieza, que igual ha visto mil veces, pero que le apasiona y le vuelve a enganchar. En esta ocasión se sorprende al comprobar que empieza La pasión turca, de Vicente Aranda, protagonizada por ella y por Georges Corraface. Casualidades de la programación de un canal digital, aunque para ella es una señal. A la mañana siguiente parte, con su marido y un equipo de Shangay, hacia Estambul, precisamente para recordar el rodaje de dicha cinta. Justo cuando se cumplen veinte años de la génesis de la novela que le sirvió de origen, escrita por Antonio Gala. Ana Belén se quedó viéndola. Y recordando.

Rumbo, de nuevo, a Estambul

Fueron varias las señales que indicaban que este sería un viaje especial. La primera, la emisión inesperada de la película a la que, en cierto modo, íbamos a rendir tributo. Rodada en la primavera de 1994, se estrenó en noviembre de ese año, fue vista por más de un millón doscientos mil espectadores y le valdría a Ana Belén una nominación al Goya a la mejor actriz. Ya en el aeropuerto, a principios de febrero de 2012, en el mostrador de Turkish Airlines, Ana Belén contaba ilusionada su experiencia de la noche anterior. "¡Qué casualidad, que la pusieran la noche antes de salir para Estambul! Hacía siglos que no la veía. No suelo revisar mis trabajos, porque empiezo ‘pues esto no estaba tan mal', o solo encuentro defectos...". Nos surge la curiosidad: ¿Cómo se vio casi veinte años después de encarnar a Desideria, uno de los papeles clave de su carrera? "Como suelo gustarme poco, he evitado de nuevo juzgarme. A mí revisar mis trabajos en cine me sirve para recordar momentos, anécdotas... La pasión turca me dejó muchísimos recuerdos, porque el rodaje fue largo. Era la primera vez que trabajaba con Vicente Aranda, y nos llevamos muy, muy bien". Lo que confesaría al finalizar el viaje es que ver la película de nuevo le despertó una nostalgia tremenda. "Porque la hicimos un equipo estupendo. E hicimos también piña con el equipo turco, nos convertimos en una gran familia".

A juzgar por nuestra experiencia en este viaje, Ana Belén es propensa a encabezar familias efímeras en torno a sus proyectos profesionales. Juan Pedro Hernández, maquillador con el que trabaja habitualmente -responsable del maquillaje de La pasión turca-, además de amigo, recordaba experiencias que compartieron. "Aquel viaje tuvo algo de gran aventura. Rodamos en sitios complicados, como el Gran Bazar o las mezquitas. Y en la Capadocia hubo quien nos recibió con reservas, no terminaban de aceptar la historia que estábamos contando". Y eso que probablemente ninguna de esas personas conocía el alto voltaje erótico de la historia. "Yo no tuve ningún tipo de duda", confesaba Ana en un descanso de la intensa sesión que se convirtió en una excursión por todo Estambul. "Pensé que me había tocado la lotería. Entendía el morbo que se generó por la fama de Vicente, que no se corta un pelo cuando tiene que rodar secuencias eróticas. Para mí resultó todo muy placentero. Y las risas que provocaba el plan de rodaje eran constantes. Porque en los partes diarios, en los que se incluyen extractos de las secuencias que se van a rodar, casi siempre aparecía varias veces ‘Desideria y Yaman copulan".

Ana Belén no sintió pudor alguno por tener que hacer numerosos desnudos, y en ningún momento puso pegas al plan de rodaje. Sí las puso a posteriori, cuando el productor de la cinta, Andrés Vicente Gómez, le pidió que apareciese desnuda en el cartel de la película, tumbada sobre la bandera turca. "¿Para qué me iba a poner yo en pelotas para aparecer de espaldas? Me dio pereza. Claro, que así pasó, que pusieron a una modelo un poco gorda, debo decir...". Y coincidía con el maquillador a la hora de definir aquella experiencia. "Venía a rodar la aventura de una señora española de provincias que se enamora perdidamente de un hombre turco, decide seguirle y descubre un mundo. A nosotros nos pasaba lo mismo. Descubrimos Estambul, puerta de entrada a lo oriental, lo misterioso...".

Segunda señal: ¿destino o azar?

Esta visita a Estambul dio pie a numerosas anécdotas, y a la posibilidad única de escuchar a Ana Belén, mil y una veces, con su característica voz, exclamar ‘¡Qué belleza!'. Hace cuatro años volvió con su marido y unos amigos. "Estuve de nuevo en Santa Sofía [en su día basílica ortodoxa, posteriormente mezquita y hoy día recién restaurado museo], en la Mezquita Azul [o mezquita del sultán Ahmed, situada frente a Santa Sofía], en la cisterna Yerebatan [impresionante construcción subterránea de la época bizantina]... Siempre apetece volverlos a visitar". Aunque en este viaje prefirió aprovechar su tiempo libre para patear el Gran Bazar y el Mercado de las Especias."Víctor y yo siempre hemos sido de involucrarnos con la realidad de la calle allá donde vamos, de escaparnos a conocer todo lo que podemos", confesaba. "La visita a los mercados es obligada en cualquier lugar, te dice mucho de cómo es el país. Mezclarte y perderte es muy enriquecedor".

Son más de cuatro mil tiendas las que acoge el Gran Bazar, y al poco de entrar en él, el azar y el destino parecieron encontrarse y ofrecernos a Ana Belén y quienes la acompañábamos una nueva señal de que este viaje estaba claramente marcado por el recuerdo de su película. Es tradición invitar al turista a visitar el interior de las tiendas para mostrarle su mercancía e intentar convencerle para que compre. En el escaparate de la primera a la que invitaron a la artista a entrar, un cartel rezaba "Se habla español/Parlem català". Cuando Ana salió de la tienda y leyó la tarjeta que le habían entregado frenó en seco. "No me lo puedo creer", exclamó. "La dueña de esta tienda es la mujer en la que se inspiró Antonio Gala para escribir la novela". Ciertamente, se basó en una historia real, la de una mujer catalana, Fina -o Finin, como se la conoce allí-, que sigue viviendo y trabajando en Estambul junto al hombre del que se enamoró. No pudimos verla, pero descubrimos que su pasión turca no tuvo un final trágico como en la novela ni desesperanzado como en la película.

Durante horas, algunos miembros de la excursión se abandonan al regateo y a la pasión por las pashminas, Ana la primera. Y a base de adentrarnos en las tripas de este laberinto llegamos al bazar dentro del bazar, el origen y corazón de este conglomerado de zocos. Es viernes al mediodía, y por megafonía se escucha un sermón religioso. El guía nos explica que acaba de empezar el acto central de la semana para los musulmanes. Es imposible que nadie lo ignore. Hasta ese momento, eso sí, Víctor y Ana habían pasado desapercibidos, eran dos turistas más y estaban encantados. "Es lo divertido, que no te conozcan. Que escuchen que eres española y te digan ‘¡Eh, Carmen!', como le dicen a cualquier española". En ese preciso instante, dos españolas reconocen a Ana Belén. La paran y charlan con ella durante unos minutos. "Qué monas", afirma la artista cuando se alejan. Simplemente querían saber si es que iba a actuar en Estambul. Ni le pidieron autógrafos ni foto. Esto último fue casi lo que más agradeció. "Hay gente y gente, como siempre ha habido. Aunque, al final, la manera en que te tratan depende de cómo seas tú, del tipo de relación que tengas con eso que llaman fama o popularidad. Yo siempre he tratado de ser reservada, y creo que la gente se da cuenta". Durante los días que pasamos con ellos nos quedó claro que la imagen de cercanía que transmite la pareja no tiene que ver con una pose. "Sería absurda otra actitud. ¿Por qué razón? Una cosa es que un día tengas los cables cruzados y estés con menos ganas de socializar, y otra que te creas el rey del pollo frito. A mí me choca cuando veo esa actitud distante en gente de la profesión".

Cuestión de saudade

Ana Belén confiesa que le apasiona viajar. Y que hay determinados países a los que no se cansa de ir una y otra vez. "Aquellos en los que he disfrutado especialmente me despiertan nostalgia. La saudade, que dicen los brasileños... Me pasaba con Turquía y me pasa con Brasil, donde hace mucho que no voy". Suelen ser países a lo que se siente especialmente ligada por experiencias profesionales, sean interpretativas o musicales. "A Brasil o a Italia he ido mucho, movida sobre todo por la música. En el caso de Italia, directamente por trabajo, porque hubo una época en que todos mis discos se grababan allí. Y para hacer mi disco brasileño también nos fuimos Víctor y yo a vivir allí una temporada". Durante el tiempo que pasó en Turquía en 1994 procuró familiarizarse con la música turca. Recopiló CDs y mantuvo los oídos bien abiertos. Aunque las raíces tiraban mucho. "Descubrimos una discoteca en que siempre había música en directo, tocaba un grupo cubano buenísimo. ¿Te imaginas? Nos hicimos amigos de los músicos de tanto ir. ¡Lo que nos pudimos reír bailando salsa a orillas del Bósforo!".

Durante los días que duró nuestra visita, Ana Belén se dedicó a observar con enorme interés todo lo que le ofrecía Estambul. Incluso mientras posaba en la terraza del hotel Adamar, cuyo restaurante panorámico ofrece vistas inmejorables de la ciudad. O mientras comíamos especialidades locales en Hamdi (nunca hizo ascos a un plato, y nos confirmó que tiene buen apetito. "No me sacrifico, y no es ningún mérito. En mi familia somos todos así. Mi padre ya era delgadito, delgadito. Yo no engordo de ninguna de las maneras", confesaba frente a raciones de hummus y salsa de yogur para untar y un kebab de pistacho). Mirando a su alrededor, repetía constantemente su mantra turco (‘¡qué belleza') y, reflexionando sobre lo que veía, aseguraba que la sensación no era tan distinta de la que experimentó en su primera visita. "Aunque hemos descubierto zonas que reflejan el actual esplendor económico del país. Me han sorprendido las nuevas urbanizaciones, algunos edificios supermodernos, la cantidad de diseño que ahora llama la atención... La manera en que conviven modernidad y tradición es uno de los encantos de este país".

Entre hombres

Acompañar a Ana Belén durante toda una jornada dedicada a fotografiarla en distintos rincones de la metrópolis turca, desde restaurantes fashion como el Beyrouth Cafe Club a palacios como la antigua mansión del pachá Sait Halim, resultó revelador. Por un lado, era un privilegio comprobar su aplomo ante la cámara y el modo en que vivía cada vestido que se ponía. "Siempre intento hacerlos míos", explicaba. "Lo que hago es interpretarlos. Es algo que aprendí de Jesús [del Pozo]". Por otro, sorprendía su actitud abierta y participativa. Ana Belén actuaba como una pieza más del engranaje, que solo exigía la atención justa y necesaria, y que se preocupaba en todo momento por el bienestar del resto. "Trabajar sola lo encuentro muy ingrato", explicaba. "Lo de ‘yo me lo guiso, yo me lo como, valgo para todo' no me lo creo. Me tranquiliza ver la cara de satisfacción de los profesionales a mi alrededor cuando están contentos, porque mi percepción es muy personal... Tiene que ver con una inseguridad que me acompaña de toda la vida. O mejor dicho, con la duda". Recuerda sus primeras sesiones con Javier Vallhonrat y Juan Gatti, a finales de los 70, y cuenta cómo ella es de la escuela de quienes confían a ciegas en el resultado final. Porque han sido muchas sesiones sin referencia digital... Por eso tampoco tiene costumbre de verse en los rodajes, tras cada toma, en el combo. "Me basta con mirar al director a la cara para saber si hay que repetir una toma o no".

Son muchos los hombres clave en su vida. A su lado, como en este viaje, siempre Víctor Manuel. En el recuerdo, en este caso, por La pasión turca, Vicente Aranda y Antonio Gala. Este último además es autor del poema que utilizó Antonio Vega para su canción A trabajos forzados, que aparece en su último disco, A los hombres que amé. "Al seleccionarla me dice Víctor: ‘¿Sabes que la letra es un poema de Antonio Gala?'. ¡No tenía ni dea! Me pareció perfecto hacer un homenaje a los dos Antonios de una vez. Y esta coincidencia me demostró la razón que tenía un profesor mío, que en una ocasión me dijo: ‘La vida rima". En ese álbum rinde homenaje a los compositores e intérpretes masculinos que más admira. Un álbum arreglado y producido por su hijo, David San José ("tan discreto como su padre, son calcados de carácter"), que se dispone a presentar en directo en una gira nacional, con fechas ya confirmadas en Tenerife (24 de marzo) y Barcelona (20 de mayo).

Le gustaría trabajar más en cine, pero asegura que no le llegan proyectos muy interesantes, con lo cual prefiere seguir haciendo teatro y giras como la que presenta ahora. El caso es seguir desarrollando la inagotable pasión por su trabajo. "Ahora que las cosas están complicadas lo que toca es replegarse un poquitín. Mirar hacia adentro, ver de lo que somos capaces y ser muy hormiguita. Creo profundamente en mi capacidad de trabajo, no me ha abandonado. Sé que puedo vivir de esto, por difíciles que sean los tiempos, y si no suena el teléfono, me puedo inventar algo para generar proyectos. Después de tantos años, un poquito he aprendido...". Y sabe bien que nunca se abandonaría a una pasión, como hizo Desideria, que implicara dejar de ser ella misma. "Nunca llegaría a perder los papeles de esa manera, quizá porque mi parte masculina es bastante potente. Pero yo he vivido mi pasión. Y esa pasión me ha traído hasta aquí".

A orillas del Bósforo (Foto 4)

Ana Belén disfruta de un mágico atardecer en Estambul desde la terraza de la mansión del pachá Sait Halim, un espectacular palacio convertido en espacio multiusos que se utiliza para eventos. En la imagen de la derecha, la artista posa en el escenario del centro cultural Hodjapasha, donde cada noche bailan hasta alcanzar el éxtasis los derviches.

Tradición y modernidad (Foto 2)

Locales como el Beyrouth Cafe Club son abanderados de la Turquía más cool. Ana Belén posa en uno de los llamativos salones de un restaurante que cuenta también con una terraza en la que se amenizan las cenas con espectáculos cuando llega el buen tiempo. Su abigarrada decoración juega con lo pop y lo tradicional, y huye de la sobriedad.

Lujo asiático (Foto 5)

Espectacular resulta la escalinata de entrada de la mansión Sait Halim, digna de un pachá, que fue quien la ordenó construir en 1878. Repleta de rincones pintorescos y espectaculares, en ella es posible rastrear influencias otomanas, francesa, egipcia e incluso japonesa. Un buen ejemplo del crisol de culturas que es Estambul. Más información en www.saithalimpassa.com.

Delicias turcas (Foto 3)

En otro de los salones del Beyrouth Cafe Club, antes conocido como restaurante Al Jamal. Su dueño es un reconocido promotor nocturno que representa a toda una generación de emprendedores que buscan elevar cada vez más el listón del ocio en Estambul, una ciudad en constante renovación.

EL ÁLBUM A LOS HOMBRES QUE AMÉ DE ANA BELÉN ESTÁ EDITADO POR SONY MUSIC.

viernes, 17 de febrero de 2012

Mi pasión turca

http://www.lne.es/opinion/2012/02/15/pasion-turca/1199189.html

VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA No se hagan ilusiones, que no me refiero a escarceos escabrosos con un guapo turco de turbadores ojos negros; me refiero a que mi pasión turca es mi amor a los libros. Es tan fuerte que no puedo abandonarla, ni los cantos de sirena de e-books ni cosas por el estilo me tientan, y no necesito atarme como Ulises para poder resistirme. Simplemente miro esos adelantos técnicos con condescendencia y sigo acariciando con placer mis amados libros.

Soy una empedernida lectora desde el mismo momento en que aprendí a leer, no fui una niña prodigio de esas que aprenden a leer solas a los 3 años, yo empecé a leer cuando me tocaba; pero, eso así, desde aquel momento leí todo lo que ha caído en mis manos. He llorado, he reído, he amado, he soñado, he conseguido transportarme a otros mundos cuando éste me parecía insoportable.

Recuerdo mi sufrimiento con «El diario de Ana Frank», mi anhelo de parecerme a la Jo de «Mujercitas», mi flechazo por Rhett Butler en «Lo que el viento se llevó». Pasé mi etapa de las gamberradas de Guillermo y las historias de Enid Blyton. Me fascinó «Antoñita la Fantástica». Compaginé las novelas de vaqueros, Zane Grey y similares, con las novelas policiacas de Agatha Christie y de espionaje de Openheimer. Me enamoré de Beau Geste. Recorrí las aventuras de Sandokan, Sabatini etcétera. Me reí con Luisa María Linares. Llegué a las novelas románticas de Victoria Holt y las de la época de la regencia inglesa en las que las heroínas bellas e indefensas conquistaban a los riquísimos duques perseguidos por todas las mamás de jóvenes casaderas. Entonces sólo los duques me llenaban, no valían ni los condes ni los barones. Po eso Pimpinela Escarlata era uno de mis favoritos.

Me encantaron las novelistas inglesas, Jane Austen, las hermanas Brönte, Daphne du Maurier, Mrs. Gaskell . Me leí los clásicos españoles, franceses e ingleses obligada por mis estudios y debo decir que no disfruté tanto con Tirso de Molina, Cervantes, Molière, Voltaire, Milton o Marlowe.

Bueno, no puedo seguir enumerando mis autores favoritos porque esto parecería una guía de teléfonos. Recuerdo el problema que tenía para conseguir libros, no se publicaban tantos como ahora ni yo tenía dinero para comprarlos, así que me convertí en la pedigüeña de libros en todas las casas de mis amigas. Leí todo lo que había en mi casa, incluso sesudos y aburridos ensayos. Leía una inmensa Enciclopedia de Historia que era de mi padre y hasta ponía en aprietos a mi profe de historia en el colegio. La historia es mi asignatura preferida. Tenía escondidos libros en el armario de las toallas en el cuarto de baño y me pasaba horas leyendo allí, todo el mundo protestaba y aporreaba la puerta.

Una de las ventajas de haber leído mucho es que una puede ir por el mundo diciendo lo que le gusta con la cabeza muy alta, no tienes que ir siguiendo las corrientes marcadas por los gurús que deciden lo que tiene que gustar o no. Puedo decir, sin que se me mueva un pelo, que me gusta Mary Higgins Clark porque me entretiene y consigue que me olvide de todo mientras la leo. Los gurús me miran con condescendencia, yo los miro con pena porque estoy segura de que me divierto más yo con mi pasión turca.