Cada día, medio millón de pantalones vaqueros son
tratados industrialmente en Estambul. Quizás no es la actividad más
sugerente que se puede realizar en esa exótica megaurbe, pero,
posiblemente, se encuentre entre las más rentables. Turquía, gran
productor de algodón, es uno de los principales abastecedores de prendas
confeccionadas con tela vaquera o 'denim'. Pero esta fuente de divisas
presenta una funesta contrapartida social. Ayer, las ONG integradas en
la Campaña Ropa Limpia denunciaron en quince países europeos, incluida
España, el uso en su fabricación de una técnica muy nociva que ya ha
causado cuarenta y seis muertes en el país euroasiático.
El uso del chorro directo de una mezcla de agua y arena a
presión, método conocido como 'sandblasting', confiere al tejido esa
habitual apariencia de ropa usada que, por veleidades de la moda,
resulta especialmente atractivo. Por una vez, los usuarios más clásicos,
los 'fashionistas' furibundos e, incluso, los 'hipsters' o
alternativos, parecen converger en esa predilección por el 'look' de lo
artificialmente envejecido. Posiblemente, ninguno de ellos sabe que en
ese determinado proceso se genera una nube de sílice que envenena los
pulmones del operario en cuestión.
Las organizaciones convocantes de la iniciativa 'No al
sandblasting' aseguran que 46 trabajadores han fallecido ya, víctimas de
la fatal silicosis, y los afectados, probablemente, alcancen los 3.500
en un colectivo que ronda los 10.000 empleados. El reverso inhumano de
la deslocalización industrial parece ejemplificarse en este caso. El
empleo de arena había sido prohibido en Europa en 1966, pero siguió
practicándose en los centros de producción que sustituyeron a las
fábricas del Viejo Continente, favorecidos por una legislación más laxa
al respecto.
La dificultad para relacionar la patología presentada por
los enfermos y su origen real parece ser la causa de que en el país
otomano el problema sanitario no se haya atajado a tiempo. En una
primera fase, los bajones físicos se achacaban a una hipotética
tuberculosis, hasta que se comprobó que el efecto de seis meses de
exposición a la tóxica técnica podía equipararse a veinte años de
trabajo en una mina, según han afirmado los portavoces de la denuncia.
Varios trabajadores han dado a conocer su situación,
también reveladora de las peores lacras del sector textil. Procedentes
del medio rural, muchos han llevado a cabo su labor durante seis días a
la semana en turnos de doce horas sin ningún tipo de protección o
amparados con máscaras de papel que se han revelado completamente
ineficaces. La inexistencia de un seguro médico e, incluso, la falta de
identidad jurídica de los presuntos culpables complican aún más el
futuro de los implicados.
En talleres clandestinos
La prohibición del procedimiento por el Ministerio de
Salud turco, medida tomada en 2009, ha mitigado su impacto, pero no
completamente, ya que se ha mantenido su ejercicio en talleres
clandestinos de efímera vida y gran movilidad física. Además, la
deslocalización es un fenómeno gradual que muta en función de intereses
económicos y obstáculos normativos. En los últimos años, la industria
textil turca ha primado la confección de prendas sobre la producción de
tejido en aras de obtener mayor valor añadido, lo que la ha convertido
en exportadora e importadora de 'denim' elaborado en India, Pakistán y
Bangladesh. La Campaña Ropa Limpia apela a las firmas que se favorecen
de esta cadena de subcontratas con escalas en medio mundo, y a los
consumidores para evitar que, una vez más, el 'sandblasting' siga
diseminando su polvo letal. Según sus promotores, su idoneidad radica en
el bajo coste que precisa frente a otras técnicas que demandan mayores
inversiones. Un camión de arena, el compresor y la manguera son los
sencillos requisitos necesarios para ponerla en marcha en cualquier
modesta factoría.
La labor coordinada en quince países europeos ha
permitido acceder a las grandes firmas, aquellas que, en última
instancia, reciben la mercancía generada por esta gigantesca pirámide
sustentada en las subcontratas. Hoy, apenas quedan factorías en
Occidente que fabriquen ropa vaquera. Levi Strauss, que ha fomentado la
identidad estadounidense, ampliamente sustentada en los jeans vendidos
por la mítica firma, cerró en 2004 sus últimas naves y las trasladó a
emplazamientos sudamericanos y asiáticos donde la producción resulta
mucho más asequible. Los pantalones de la española Lois, entidad no
menos característica del vaquero patrio, se dejaron de fabricar en 2008 y
la guipuzcoana Tavex, instalada en Marruecos, anunció el pasado mes de
noviembre la clausura de su planta en Bergara.
Según explican, algunas de las empresas interpeladas han
sido remisas a proporcionar su relación completa de proveedores,
aduciendo el riesgo de ser captados por empresas rivales, aunque la
mayoría ha colaborado en este intento de erradicar definitivamente este
proceso de fabricación. Los convocantes han explicado que compañías como
H&M o C&A han reconocido haberse beneficiado del chorro de
arena en alguna de las fases de la cadena, pero han manifestado
públicamente su rechazo y la prohibición expresa de su ejercicio, una
voluntad a la que también se ha adherido el grupo Inditex, poseedor de
formatos comerciales como Zara o Bershka. Ahora, la intención de la
campaña Ropa Limpia, coordinada en España por la ONG Setem, es poner en
marcha mecanismos que comprueben la veracidad de estas declaraciones de
intenciones.
Los que se han negado
La negativa de Armani, Pepe Jeans y Diesel a reunirse con
las organizaciones convocantes ha llevado a la plataforma a denunciar
su connivencia con quienes aún la mantienen en activo. A su juicio, la
convocatoria de un concierto con el grupo turco Bandista, comprometido
en esta causa, y el anuncio de un envío masivo de cartas y correos
electrónicos a sus responsables aparecen como un mecanismo de presión al
que, necesariamente, se ha de sumar la sensibilización del comprador
final. «No podemos poner la fidelidad a la moda sobre la salud de los
trabajadores», aducen.
Curiosamente, pocos problemas del mundo cuentan con una
responsabilidad tan compartida. Los cinco mil millones de vaqueros,
chaquetas y demás productos que se adquieren anualmente evidencian que,
siquiera por una vez, la solución depende de ricos, pobres,
tradicionales y modernos, tipos solitarios y fieles miembros de tribus
urbanas, en suma, de individuos que viven tanto al norte como al sur de
un planeta que se mueve embutido en tejanos.
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