sábado, 23 de octubre de 2010

Turquía debe decidir

La reunión de los líderes de la OTAN en Lisboa los próximos 19 y 20 de noviembre, además de establecer el concepto estratégico de la Alianza para los próximos años, debería aclarar también, si no de forma total, sí que significativa, el rumbo que Turquía desea para el futuro.

Su jefve de gobierno islamista, Tayyip Erdogan, lleva ya mucho tiempo presionando a la Unión Europea y a los Estados Unidos con la amenaza de una clara deriva hacia Oriente y hacia el fundamentalismo islámico para negociar sus objetivos políticos, que lógicamente inquieta a las cancillerías.

Su progresivo abandono del laicismo implantado en Turquía desde los tiempos de Ataturk, primero fue tomado como la lógica consecuencia de su carácter islamista moderado, con más repercusión en la audiencia interna que en la externa, pero con el paso del tiempo, y a la vista de los acontecimientos, la preocupación es mucho mayor, con claras actuaciones más hacia la política exterior que interior. El gobierno turco, viendo que, entre otras cosas, su proceso de entrada en la Unión Europea no se aceleraba lo que le gustaría, decidió radicalizar su postura de deriva oriental, ganándose nuevos aliados en el mundo islámico, y dilapidando en poco tiempo una privilegiada relación con Israel, política, económica y militar, que había costado años forjar.

Son conocidas las encendidas defensas de la causa palestina por miembros del gobierno turco e incluso de su primer ministro Erdogan. El tono de la protesta turca alcanzó niveles muy altos sobre todo en dos ocasiones: durante y después de la última gran operación militar israelí contra la franja de Gaza en enero de 2009, y tras el asalto militar israelí a la denominada "flotilla de la libertad", financiada y apoyada por entidades turcas, algunas directamente vinculadas según diversas informaciones de prensa con el propio Erdogan.

En el primer caso se llegó incluso al enfrentamiento público entre el primer ministro Erdogan y el presidente israelí, el señor Shimón Peres en el Foro Económico de Davos, en Suiza, en enero de 2009. En la segunda, el primer ministro Erdogan llegó a calificar a Israel de practicar el terrorismo de estado y de ser el principal obstáculo para la paz en Oriente Medio. Últimamente ha defendido con vehemencia el programa nuclear iraní, y criticado con dureza las nuevas sanciones impuestas a Teherán, lo que ha aumentado aún más la tensión con Occidente.

En este escenario, ahora le toca a Turquía decidir su voto en la cuestión planteada por los Estados Unidos y el Secretario General de la OTAN, acerca de la necesidad inmediata de establecer un escudo antimisiles en Europa orientado a frenar la amenaza procedente de Irán y Siria fundamentalmente, como principales poseedores de misiles balísticos y de crucero que puedan amenazar a la Alianza, decisión que desean se vote en la comentada reunión de Lisboa del próximo mes.

A Turquía no le gusta nada el hecho de que el escudo esté dedicado tan claramente contra Irán, y teme que un voto a favor dañe sus crecientes buenas relaciones con Teherán y también con Moscú, muy descontentos con la propuesta atlantista, el primero por ser considerado y señalado claramente como una amenaza para la totalidad de la Alianza, y el segundo por temer que su capacidad disuasoria se vea perjudicada.

Por otro lado, un voto en contra supondría una nueva y muy clara señal del peligroso alejamiento progresivo de Turquía de la órbita y los valores occidentales, que la dejaría en una muy difícil situación política ante sus aliados atlantistas.

Todo ello podría incluso derivar en una extensión del concepto denominado por la señora Merkel: "fracaso de sociedad multicultural", entendiendo aquí el término sociedad, como el de sociedad plural suma de las sociedades de la Unión Europea y de sus aliados americanos. A pesar de que ni la OTAN ni la Unión Europea pueden ni deben acceder al chantaje turco, cierto es que ninguna puede permitirse tampoco el lujo de perder definitivamente a Turquía de su órbita, ni siquiera de dejar que se siga alejando, por lo que se impone buscar la manera de evitar que siga creciendo la brecha entre ambas formas de entender el mundo. Es demasiado lo que ambas partes se juegan, pero sigue siendo un juego peligroso.

* Rodrigo Rodríguez Costa, Licenciado en CC. Empresariales y Diplomado
en Defensa por la Facultad de Derecho de Santiago de Compostela

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