viernes, 23 de septiembre de 2011

Bienal de Estambul. Sin título (al grano), 2011

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Bienal de Estambul. Sin título (al grano), 2011

Untitled (12th Istambul Biennial), 2011



Javier HONTORIA | Publicado el 23/09/2011

La figura de González-Torres es demasiado poderosa y el proyecto ha podido chocar contra sus propias ambiciones.


Esta duodécima Bienal de Estambul, cuyo título es Untitled (12th Istanbul Biennial), 2011 es una exposición legible y directa, casi académica. Es algo calculado y consciente, pues en su claridad misma reside el argumento central de sus comisarios, Jens Hoffmann y Adriano Pedrosa, que muestran, además, un sorprendente y explícito desdén hacia las embrolladas disquisiciones conceptuales que caracterizan a las bienales de arte contemporáneo. Esta edición se concentra en dos grandes naves de la zona industrial de Antrepo, bañada por el Bósforo, y ha evitado diseminarse por otros espacios de la ciudad. Se trata de recuperar el concepto de exposición en su acepción primigenia, sin formatos excéntricos que puedan distraer al público de un diálogo íntimo con la obra de arte.

La Bienal de Estambul de las últimas ediciones se ha forjado un interesante perfil político que la ha convertido en referencia ineludible en el circuito internacional. Hoffmann y Pedrosa no renuncian a un arte de contenido social pero este ha de ir siempre de la mano de cierto rigor estético, algo que, instaurado como norma, puede resultar algo delicado. Todo gira en torno a la figura de Félix González- Torres, artista nacido en Cuba en 1957 y residente en Nueva York desde finales de los setenta, donde murió de SIDA en 1996. Su prematura muerte no le impidió dejar uno de los legados más concluyentes de las últimas décadas. Su obra está profundamente ligada a su deriva vital. Llegó a EEUU desde el sur, se declaró abiertamente homosexual y reaccionó sistemática y descaradamente a los cánones anglosajones del modo más hiriente: haciéndose pasar por uno de ellos. Se acogió a la árida estética minimalista y en ella insufló la voz del otro, hasta entonces mezquinamente silenciada. Volcó en sus formas primarias el caudal ingente de su experiencia personal y con ella dinamitó también el espacio público. Desafió la linealidad perversa de la historia y, una vez socavada, redefinió los mapas.

La estructura de la exposición es muy sobria, pues se quiere que el espectador encuentre de inmediato un lugar cómodo para la contemplación, pero tiene un ritmo ágil y muy sugerente con una "traza" realizada por Ryue Nishizawa, que es el cincuenta por ciento del aclamado estudio japonés SANAA.

Hay cinco muestras colectivas que revisan otros tantos trabajos paradigmáticos de González-Torres, de los que toma prestados su título: Untitled (Abstraction), una pieza que versa sobre la subversión del canon modernista; Untitled (Ross), una reflexión lacerante sobre las incursiones de lo privado en lo público y, claro, a la inversa; Untitled (Passport), que se detiene ante el asunto de la identidad y sus posibles transformaciones; Untitled (History), que abunda en la reescritura de la historia, y, finalmente, Untitled (Dead by a gun), una enconada alusión a la violencia en EEUU. En torno a estas cinco colectivas, de alrededor de una docena de artistas cada una, se articulan cincuenta presentaciones individuales que funcionan como satélites y que amplían el eco poderoso de la obra del cubano. Si las muestras de grupo tienen lugar en espacios abiertos pintados de gris, las propuestas individuales se encuentran en cubículos cuadrangulares blancos de diferentes tamaños que se agrupan formando una enorme trama reticular. La disposición es clásica y precisa y no hay posibilidad de pérdida. En este sentido, los comisarios han logrado ceñirse al espíritu de González-Torres, cuyas obras nos cautivan por su ausencia de aristas, su austera serenidad y su epatante elegancia. Así es también el recorrido por la exposición.

Los problemas aparecen cuando nos adentramos en la naturaleza conceptual del legado de González-Torres. En el modo de abordar sus siempre espinosos asuntos, este hizo siempre gala de una perspicacia incisiva y sagaz. Fue un artista que dominaba los intersticios y sorteaba sin esfuerzo los lugares comunes. Y enfrentarse a la sutileza aplastante de González-Torres es el reto que Hoffmann y Pedrosa no han logrado superar. En este sentido, las exposiciones colectivas son en exceso literales y, aunque hay trabajos estupendos en muchas de ellas, por lo general fracasan en su intento de arrojar nueva luz sobre lo tratado. La colectiva Untitled (Abstraction) quiere reventar los modelos canónicos modernos, el pulcro esencialismo geométrico hecho por blancos machitos en los sesenta. Pero la mayoría de los artistas seleccionados no logran escapar de la reinterpretación de la trama ortogonal, y, a excepción del diálogo que tejen los Bichos de Lygia Clark y las geometrías plegadas de Dóra Maurer, la exposición sólo ofrece una monótona y redundante acumulación de retículas que flirtea peligrosamente con el homenaje. Es la perversión de los códigos modernos, una exposición que ya hemos visto. Con todo, creo que es la mejor de las 5 colectivas... Fuera de ella, entre los satélites, sí se encuentran aportaciones convincentes como el deslumbrante espacio de la veterana escultora turca Füsur Onur, geométrico pero vivido, o la rítmica combinatoria que propone Renata Lucas con sus paños de madera sobre el suelo.

Untitled (Passport) parte del montón minimalista de papeles blancos de González- Torres que hacen las veces de un pasaporte a estrenar sobre el que se ha de plasmar la experiencia de una vida. Nada en la exposición, más bien discreta, resulta más revelador que la presencia en un espacio anexo de Rosângela Rennó, quien alude a la fotografía como marca, como registro tenso e irrebatible de lo vivido, siguiendo a Barthes, autor, por cierto, indispensable en la formación de González-Torres. Es un trabajo sutil en el que las imágenes se nos revelan a su particular ritmo. No ocurre lo mismo con la aportación de Lara Favaretto. En una exposición que versa sobre el viaje de la vida, un conjunto de maletas disperso por la sala resulta sencillamente decepcionante por mucho que se nos oculte premeditadamente su contenido.

La cosa mejora en la otra nave, lo hace sobre todo en los solo presentations y no tanto en las colectivas, aunque las dos que aquí pueden verse, Untitled (History) y Untitled (Dead by gun), relativas respectivamente a la ruptura de la linealidad de la historia y a la violencia, funcionan muy bien juntas (no en vano, los célebres trabajos con fechas de González-Torres están trufados de episodios trágicos). Me gusta más la primera, pues la segunda es demasiado previsible. Los trabajos individuales de Jonathas de Andrade y Marwa Arsanios, brasileño y libanés, aluden a la memoria y nos recuerdan el inexorable declive de la arquitectura (moderna). Claire Fontaine, que tiene también trabajos en diferentes zonas, mantienen un nivel más que digno. Y también el singapurense Symrin Gill, con su gran políptico de fotografías que evocan geometrías en una casa desvencijada, aunque su trabajo bien podría estar más próximo a Untitled (Abstraction) y no tan profundamente enraizado en un contexto en el que, se nos dice, la historia lineal se corrompe. Hoffmann y Pedrosa anhelan que lo que entendemos por belleza vuelva a formar parte de los dominios de la estética contemporánea, un lugar deslizante en el que la política ya juega un rol predominante. Reclaman que la asunción de que este mundo se va decidida e inapelablemente a la mierda se encuentre al mismo nivel que el deleite visual. Pero no es fácil encontrar un equilibrio en las salas de este museo impecable, mitigada toda voluntad transformadora por la reconfortante cadencia con la que se resuelve el montaje.

Efectivamente, esto no es la bienal de What, How & For Whom, el colectivo curatorial que condujo la anterior bienal, un trabajo de guerrilla que se encuentra en el otro extremo del que ahora contemplamos. Tras explorar esta bienal en su conjunto, uno comprende que la elegancia de González-Torres reside en la astucia con la que aborda su síntesis de conciencia política y pureza formal de tal modo que aquélla jamás eclipsara a ésta, y es en este sentido en el que tal vez el proyecto haya chocado contra sus propias ambiciones.

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martes, 20 de septiembre de 2011

Orhan Pamuk ultima en Estambul el Museo de la Inocencia

http://www.lavanguardia.com/cultura/20110919/54217514062/orhan-pamuk-ultima-en-estambul-el-museo-de-la-inocencia.html


Orhan Pamuk ultima en Estambul el Museo de la Inocencia
El premio Nobel de literatura transforma la ficción en realidad invitando al lector a ser parte de la novela que lleva el mismo nombre que su última obra

Cultura | 19/09/2011 - 01:39h
XAVIER MAS DE XAXÀS | ENVIADO ESPECIAL
Estambul

Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura, publicó El museo de la inocencia hace tres años. La novela narra una historia de amor en el Estambul de los años setenta. Kemal Basmaci, un burgués de 30 años, a punto de casarse con Sibel, se enamora de Füsun Harin, "una pariente lejana y pobre de 18 años". Con ella pasa los días más felices de su vida y es el afán por conservar esta felicidad a toda costa, de mostrar al mundo el orgullo de su amor y admiración por Füsun, lo que lo lleva a coleccionar los objetos que ella tocaba y tenía, las cosas que configuraban su existencia. Es más, decide exponerlos en un museo, el Museo de la Inocencia, situado en la calle Çukurkuma de Estambul, en una casa de tres plantas, con la fachada bermellón.

La novela incluye un mapa con la ubicación exacta y también una entrada para que los lectores no tengan que pagar. El museo, al que aún le faltan unos cuantos meses para abrir, transforma la ficción en realidad.

Por una parte, priva al lector de su derecho a la imaginación, de su privilegio a completar y participar del mundo ideado por el escritor. Por otra, sin embargo, lo invita a ser parte de la novela. Mientras dura la visita, en la casa en la que había vivido Kemal, donde se exponen, ordenados en vitrinas, los objetos que hablan de la vida de Füsun, el lector tiene el privilegio de sentir la emoción de ese amor, de comprobar, como escribe el propio Pamuk que "los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha, el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales".

Hace un mes llegué hasta la casa de Kemal. Estaba cerrada pero había gente dentro. Una placa indicaba que el museo había vuelto a retrasar su inauguración, prevista inicialmente para el 2010. Metí la cabeza por una ventana e intenté sacar una foto de la planta baja, concretamente del vídeo que se proyecta sobre la pared blanca, un bucle de besos encadenados extraídos de películas turcas de los años setenta.

Mientras me peleaba con el encuadre, la señora Aral me dijo que no se podían hacer fotos. Llegaba de la compra, con una bolsa de plástico en cada mano. La calle Çukurkuma es estrecha, apenas pasan coches. Los niños juegan a fútbol y los vecinos hablan en los portales. "Vuelva el año próximo", me dijo. Le pregunté por qué la inauguración se demoraba tanto. Me habló de obras interminables y de la meticulosidad del señor Pamuk, la dificultad de que todo estuviera en su sitio, de que los objetos trazaran la línea del relato. Le pedí poder echar un vistazo rápido, comprobar que el museo –del que nadie había sabido darme razón y del que no hay nada en internet– era de verdad. La señora Aral sonrió. Debían pesarle las bolsas del súper. "Sólo un momento y nada de fotos", dijo mientras empujaba la estrecha puerta de madera e iniciaba el tránsito, como en un relato fantástico, a la dimensión secreta de la realidad.

La casa, por dentro, es más estrecha de lo que parece desde fuera. La escalera sube pegada a la pared, como un balcón sobre el vestíbulo. El péndulo de un reloj restaurado cuelga desde el segundo piso. Cada uno de los 83 capítulos de la novela tiene una vitrina y allí están todos los fetiches que Pamuk colecciona desde hace 30 años y que son los mismos objetos que Kemal atesora sobre Fünsun, la naturaleza muerta de una relación eternizada: saleros, llaves, la llave del hotel Fatih, perritos de porcelana, relojes, dedales, cucharillas, tazas de té, mechones de pelo, horquillas, los zapatos amarillos que Füsun llevaba puestos la primera vez que Kemal la vio en la tienda Champs Élysées, el cuadro que Kemal manda hacer sobre la vista de la casa de los padres de Füsun desde la calle, con la ventana de ella iluminada, el menú del restaurante Vestíbulo, los cromos de artistas de los chicles Zambo, las entradas de los cines de Beyoglu, la linterna del acomodador, piezas del Chevrolet del 56 color cereza madura, el pendiente que Füsun perdió haciendo el amor con Kemal en lo que para él fue el día más feliz de su vida, el perfume de Füsun, que huele (y aquí el lector recupera el privilegio de imaginar porque es un museo sin olores) "a algas marinas, caramelo quemado y galletas de niño", el pañuelo de algodón con florecitas, las postales de los rincones de Estambul donde pasearon juntos de la mano y la foto de Füsun, "los brazos color de miel, el bañador negro con el número 9, su cara nada alegre, todo lo contrario, más bien triste, su cuerpo maravilloso y la intensidad humana y la espiritualidad que nos maravillaban".

El recorrido por el edificio termina en el desván del tercer piso, donde está la habitación de Kemal, un cuarto de pobre, con la cama donde tantas veces se había acostado con Füsun, donde él y Pamuk bebían raki hablando del museo y donde ahora hay una maleta y unas cuantas postales enganchadas a la pared y también los manuscritos de la novela, colgados detrás de unos cristales protectores.
"Con mi museo –escribe Pamuk– pretendo enseñar no sólo al pueblo turco sino a todas las naciones del mundo, que se sientan orgullosos de la vida que llevamos. He viajado y lo he visto: mientras los occidentales se enorgullecen, la inmensa mayoría del mundo vive avergonzada. Sin embargo, si las cosas que nos dan vergüenza en la vida se exponen en un museo, de inmediato se convierte en motivo de orgullo".
Orhan Pamuk, según le contó un día a su colega Jordi Soler, se inspiró en el Museu Marès de Barcelona para hacer el Museo de la Inocencia. Del Marès le gusta el espíritu del coleccionista, las piezas pequeñas, cada una con su etiqueta, y la poca gente que se detiene a mirar y curiosear.
En el Museo de la Inocencia tampoco habrá mucha gente, cincuenta como mucho, y será necesario concertar una cita. Será un museo para que los amantes se besen, donde se podrá mascar chicle y donde los vigilantes llevarán corbatas con dibujos de los delicados pendientes de Füsun.
En Otros colores, el premio Nobel turco confiesa que la actitud del escritor respecto a la vida es como "observar desde el margen una diversión lejana" y cuando acaba la fiesta y nadie los ve, Kemal y Pamuk roban los objetos que permiten recordar eternamente esos instantes y escribir sobre ellos.
Los visitantes del Museo de la Inocencia, si tienen suerte y la ficción mantiene su magia realista, podrán ver a Kemal bajar del desván en pijama y mezclarse entre ellos para dejar claro "que he tenido una vida feliz".

jueves, 1 de septiembre de 2011

Eid al-Fitr

El Eid al-Fitr (en árabe: عيد الفطر, en persa: عید فطر, significa Banquete de caridad) es una festividad religiosa de la tradición islámica. Abarca los tres primeros días del Shawwal, y significa el fin del Ramadán. La noche anterior al primer día de esta fiesta también se considera particularmente auspiciosa. Por la mañana temprano, la comunidad en conjunto realiza diferentes oraciones y celebra un desayuno que marca el fin del ayuno del mes más importante para el mundo musulmán.
Los musulmanes celebran esta fiesta estrenando ropa nueva. Los hombres usan vestimenta blanca, simbolizando pureza. El día entero es celebrado por los creyentes visitando los hogares y comiendo los platos especiales cocinados en esta ocasión. Todos se sientan juntos. Por tradición los niños reciben regalos, las gratificaciones y los dulces entregados por sus seres queridos como símbolo de amor. La forma de desear una feliz fiesta es pronunciando las palabras: ¡Eid Mubarak!
[editar]Sunna

Se denomina sunna a los requisitos recomendados (formaban parte de la costumbre del profeta Mahoma) que los musulmanes deben cumplir durante esta celebración, son 13 y se enumeran a continuación:
Vestirse según la Sharia.
Bañarse.
Usar miswaak.
Vestir con lo mejor que se tenga.
Perfumarse lo mejor posible.
Despertarse a la madrugada.
Ir lo más pronto posible al sitio donde se realice la plegaria del Eid.
Antes de ir, se debe comer algo dulce, como dátiles.
Dar el sadaqatul fitr antes de ir.
Rezar la plegaria del Eid en donde todos lo hacen. Es decir, no se puede rezar en casa salvo causas extremas comprobadas.
Luego de rezar, se debe volver a casa por un camino diferente al que se vuelve siempre.
Para ir, hay que hacerlo caminando.
Recitar suavemente el Takbeer mientras se dirigen al lugar.
Categorías: Ramadán | Festividades islámicas