domingo, 24 de octubre de 2010

La cruzada turca de Angela Merkel

Se acabó la paz multicultural. La Canciller exige a los turcos que adopten los valores alemanes o se marchen. «Ahora ninguno de nosotros votará a su partido. ¡Al diablo con ella!», le responden

Angela Merkel es poco amiga de mostrar sentimientos. Prefiere poner cara de jugadora de póker profesional en momentos delicados. Pero tiene una debilidad que no oculta desde 2006, cuando descubrió la magia del fútbol gracias al campeonato del mundo que se celebró en Alemania. Además de disfrutarlo, este deporte se le reveló como un instrumento casi perfecto para promover la sociedad multicultural que comenzó a gestarse en la década de los años 80 y que ella misma se ha esmerado en promocionar durante este último lustro.
La selección que disputó el Mundial en Sudáfrica es joven y mestiza. Once de los veintitrés jugadores nacieron fuera de Alemania o son hijos de extranjeros, como la estrella de origen turco Mesut Özil, una realidad que fue destacada por la prensa especializada como un nuevo milagro de integración gestado por la llamada generación multikulti. «El equipo representa un ejemplo de cómo pueden surgir modelos de conducta, modelos para todo nuestro país», apuntaba este verano la jefa de Gobierno. Incluso difundió hace unos días una foto suya donde saluda a Özil con el torso desnudo en los vestuarios del estadio olímpico de Berlín. El jugador, de 22 años, es el mejor ejemplo de una integración exitosa, un ejemplo vivo y famoso de esa sociedad multikulti.
Pero los miles de aficionados que sufren y cantan de alegría con las derrotas y triunfos del equipo alemán, y con ellos decenas de miles turcos que viven en el país, se han quedado de piedra cuando han escuchado a la Canciller decir, el fin de semana pasado, que este modelo «ha fracasado completamente. Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: no se van a quedar, en algún momento se irán. Pero esto no es así. Y por supuesto, esta perspectiva de una sociedad multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro, ha fracasado totalmente». Por si no quedaba claro, remarcó que los inmigrantes «deben integrarse y adoptar la cultura y los valores alemanes: nos sentimos vinculados a los valores cristianos. El que no lo acepte, no tiene cabida aquí».
En plena ola islamofóbica, con los partidos ultra ganando enteros en media Europa y la opinión mayoritaria de los alemanes a favor de limitar las libertades religiosas de los musulmanes, Merkel ha sacado su mano de hierro y lanzado este mensaje dirigido, principalmente, a los casi tres millones de turcos que viven en Alemania. Una potente comunidad que comenzó a gestarse con la llegada de los primeros 'gastarbeiter' (trabajadores huéspedes) provenientes de Turquía en 1961.
Unos días antes, su socio de coalición, el jefe del gobierno regional de Baviera, Horst Seehofer, había provocado un terremoto político en el país al declarar que la sociedad multikulti había muerto y que el país debía cerrarle las puertas a la inmigración turca y árabe porque no aportaba nada positivo. «No necesitamos inmigrantes de otros grupos culturales», se despachó el político bávaro.
Los turcos exigen una disculpa pública. «Esos comentarios son irresponsables e incendiarios», nos dice indignado Hilmi Turan, jefe adjunto de la comunidad turca de Alemania, en una entrevista telefónica. «La señora Merkel y su aliado bávaro están explotando el temor popular sobre los inmigrantes para obtener beneficios políticos. Los dos han enviado una clara señal a los partidos de ultraderecha que sólo alentará el extremismo. Hasta el momento, lo único que han logrado es enfurecer a la gente, que ahora se plantea abandonar el país».
400.000 empleos
Bekir Yilmaz, líder de la comunidad turca de Berlín, es aún más categórico, convencido de que Angela Merkel cometió un «grave error» al denunciar una política que ella misma intentó impulsar para poder ofrecer al mundo una imagen amable y tolerante de la nación. «Está jugando con fuego, porque su discurso es oportunista, populista y tiene un fuerte componente racista», denuncia el portavoz de los 238.000 turcos que viven en la capital. «La gente está decepcionada, tiene temor de lo que pueda pasar y más de un 40% de la élite (académicos, científicos y ejecutivos) está pensando en regresar a Turquía. Si esto ocurre, Alemania tendrá un problema».
Es cierto. Aunque muchos alemanes siguen creyendo que sus vecinos turcos se ganan la vida vendiendo verduras o los famosos Dönner Kebab, el bocadillo más popular del país, y que sienten una particular devoción por los Mercedes Benz, los turcos, además de convertirse en la minoría extranjera más numerosa del país, se han transformado en un factor económico crucial. Según el Centro de Estudios Turcos de Essen, unos 80.000 pequeños y medianos empresarios dan empleo a casi 400.000 personas y generan un volumen de negocios de unos 80.000 millones de euros al año. En ciudades como Berlín, Colonia, Stuttgart y la zona del Ruhr la comunidad turca es un factor coyuntural clave para la economía local.
Tan sólo en Berlín los empresarios recaudan la quinta parte del Producto Nacional Bruto de la ciudad y, más importante aún, los emprendedores de la segunda generación tienen mejor educación que sus padres y han aumentado considerablemente sus ingresos porque también se han dirigido al consumidor alemán. Gastan además con pasión y alegría los ahorros que sus padres y abuelos acumularon en los últimos 50 años, más de 20.0000 millones de euros. «Las declaraciones de la señora Merkel no han afectado aún a la actividad de nuestras empresas, pero si continúan con ese discurso populista pueden causar estragos», admite Hüsnü Özkanli, líder de la patronal turca en Berlín.
El lugar ideal en la capital para medir la temperatura emocional de la comunidad turca es un amplio sector que fue bautizado por la prensa como el pequeño Estambul y que nace en la Kottbusser Tor, en Kreuzberg, y que se extiende a lo largo de la Oranienstrasse y las calles adyacentes. Aquí trabaja en su tienda de ultramarinos Faruk Caknak, un comerciante que hace cuatro años adornó la vitrina de su local con las banderas de Turquía y de Alemania. «Entonces me sentía alemán y turco y era hermoso ver cómo el fútbol unía a la gente sin importar la raza o el color. Ahora todo ha cambiado a causa de Merkel y Seehofer. Ellos han alimentado la desconfianza y el temor», lamenta el comerciante.
El pequeño Estambul también está contagiado por una ola de rabia y resentimiento. La comunidad turca que se siente integrada en Alemania está furiosa con Merkel, una mujer a quien respetaban y admiraban. Todo esto cambió cuando la canciller insinuó que los turcos eran una carga en la sociedad alemana. Este sentimiento lo resume Basil, un experto en cortar la carne del Dönner Kebab en una famosa tienda ubicada a pocos metros de la Kottbusser Tor. «¿Qué pienso de la señora Merkel? El otro día dijo muchas tonterías y ahora ningún turco votará por su partido. ¡Al diablo con ella!».

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