domingo, 8 de marzo de 2009

Estambul Torres y alminares

«Si la Tierra fuera un sólo estado, Estambul sería su capital», Napoleón Bonaparte. «Mezquitas con enormes alminares que se perfilan sobre el color azufre del atardecer», Pierre Loti. «Mano antigua cubierta de anillos tendida hacia Europa», Jean Cocteau. Tres formas de definir esta ciudad entre las infinitas posibles. Desde la rotundidad del emperador y el apasionamiento del romántico, hasta la ambigüedad del polígrafo y cineasta.
Oriente y Occidente, dos puntos cardinales. Asia y Europa, dos continentes. Mármara y Negro, dos mares. Costantinopla y Estambul, dos nombres. Torres y alminares, dos símbolos del poder y de la fe. Eterna dualidad de una ciudad eterna. Constante ambivalencia de la más oriental de las ciudades occidentales (y viceversa).
Estambul es una mixtura sin divisiones claras. Una imprecisión mil veces definida por propios y extraños. Y entre los propios destaca el escritor Orhan Pamuk, premio Nobel en 2006, cuya obra refleja la yuxtaposición de las tradiciones orientales con las occidentales, la añoranza por un pasado perdido y anhelo por la modernidad inalcanzada. Otro ejemplo es el cineasta Fatih Akin, director y guionista de «Cruzando el puente», una lúcida aproximación a la música y la sociedad actual turca que ,como el mismo Akin -un «kanak» nacido en Berlín de padres turcos- es la fusión de dos culturas.
No debe extrañarnos, pues, que la capital de los sultanes otomanos vaya a ser el año que viene la capital cultural de Europa. Como a nadie extraña que Anatolia (Çatalköyük), el corazón de Turquía, haya sido una de las cunas de la civilización occidental.
Mezcla respetuosa y enriquecedora que queda patente en la mezquita de Kariye, antigua iglesia de San Salvador de Chora, un macizo edificio bizantino que el gran visir Atik Ali Pacha salvó de la quema y al que mandó añadir un alminar. O en la Mezquita Árabe, antigua iglesia de San Pablo.
Y qué decir de Santa Sofía, símbolo de la ciudad, antigua basílica cristiana construida en el siglo VI por el emperador Justiniano I, y que los turcos, nada más tomar la ciudad en 1453, convirtieron en mezquita sin apenas tocarla y con la adición de cuatro alminares.
Porque torres y alminares son una constante en el paisaje estambulita. Las torres representando el alma occidental de la ciudad, los alminares, la oriental.
Y entre las torres de Estambul hay una clara reina, la de Gálata. Vista desde la ciudad antigua casi se solapa con la torre del hotel Mármara Pera de 19 pisos. Esta del siglo XX, la otra del XIV, cuando los genoveses reconstruyeron allí una atalaya anterior. Torre circular coronada por una caperuza cónica, sirvió sucesivamente como baluarte de la ciudad amurallada occidental -frente a la ciudad bizantina del otro lado del Cuerno de Oro- cárcel y observatorio de vigilancia contra incendios y del movimiento portuario.
Mirador abalconado
Hoy es una atracción turística de primer orden. Al mirador exterior abalconado, situado a 62 metros de altura, se puede acceder por una escalera de caracol de 143 escalones o en ascensor. La vista en panorámica de 360 grados sobre la ciudad es uno de los imprescindibles de Estambul.
Entre los alminares -minarete es un galicismo que hay que evitar- la cosa está más reñida. Hay tantos que el turista tiene difícil encontrar un ángulo en el que la cámara no capte alguno.
El alminar (de «al manara», el faro) es una torre situada junto a la mezquita desde la que el almuédano o muecín realiza el «adhan» o llamada a la oración cinco veces al día. Hoy, en la mayoría de sus balconcillos hay altavoces desde los que se difunde la llamada previamente grabada. Hasta tal punto son símbolos del islamismo -como los campanarios pueden serlo del cristianismo- que la extrema derecha suiza ha promovido iniciativas para que sea prohibida su construcción en el país helvético.
Y entre todos los alminares de Estambul permítanme que me quede con los de la mezquita de Solimán el Magnífico. No es que desprecie los de la Mezquita Azul, que tiene seis cuando lo normal es no sobrepasar los cuatro, pero los construidos por el gran arquitecto Sinan en el siglo XVI en una de las nueve colinas que domina Estambul son el epítome de la arquitectura otomana. Cilindros como cohetes apuntando al cielo, esbeltos y con tejado cónico. Aspecto este último que los vincula con la Torre de Gálata. De nuevo la dualidad de Estambul

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