domingo, 23 de junio de 2013

Turquía, Brasil y sus protestas: seis sorpresas

http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/22/actualidad/1371901704_006203.html


Primero fue Túnez, luego Chile y Turquía. Y ahora Brasil. ¿Qué tienen en común las protestas callejeras en países tan diferentes? Varias cosas… y todas sorprendentes.
1. Pequeños incidentes que se hacen grandes. En todos los casos, las protestas comenzaron con acontecimientos localizados que, inesperadamente, se convierten en un movimiento nacional. En Túnez, todo empezó cuando un joven vendedor ambulante de frutas no pudo soportar más el abuso de las autoridades y se inmoló prendiéndose fuego. En Chile fueron los costes de las universidades. En Turquía, un parque y en Brasil, la tarifa de los autobuses. Para sorpresa de los propios manifestantes —y de los Gobiernos— esas quejas específicas encontraron eco en la población y se transformaron en protestas generalizadas sobre cuestiones como la corrupción, la desigualdad, el alto costo de la vida o la arbitrariedad de las autoridades que actúan sin tomar en cuenta el sentir ciudadano.
2. Los Gobiernos reaccionan mal. Ninguno de los Gobiernos de los países donde han estallado estas protestas fue capaz de anticiparlas. Al principio tampoco entendieron su naturaleza ni estaban preparados para afrontarlas eficazmente. La reacción común ha sido mandar a los agentes antidisturbios a disolver las manifestaciones. Algunos Gobiernos van más allá y optan por sacar al Ejército a la calle. Los excesos de la policía o los militares agravan aún más la situación.
La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos
3. Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando. Las movilizaciones rara vez tienen una estructura organizativa o líderes claramente definidos.
Eventualmente destacan algunos de quienes protestan, y son designados por los demás —o identificados por los periodistas— como los portavoces. Pero estos movimientos —organizados espontáneamente a través de redes sociales y mensajes de texto— ni tienen jefes formales ni una jerarquía de mando tradicional.
4. No hay con quién negociar ni a quién encarcelar. La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de las protestas confunde a los Gobiernos. ¿Con quién negociar? ¿A quién hacerle concesiones para aplacar la ira en las calles? ¿Cómo saber si quienes aparecen como líderes realmente tienen la capacidad de representar y comprometer al resto?
5. Es imposible pronosticar las consecuencias de las protestas.Ningún experto previó la primavera árabe. Hasta poco antes de su súbita defenestración, Ben Ali, Gadafi o Mubarak eran tratados por analistas, servicios de inteligencia y medios de comunicación como líderes intocables, cuya permanencia en el poder daban por segura. Al día siguiente, esos mismos expertos explicaban por qué la caída de esos dictadores era inevitable. De la misma manera que no se supo por qué ni cuándo comienzan las protestas, tampoco se sabrá cómo y cuándo terminan, y cuáles serán sus efectos. En algunos países no han tenido mayores consecuencias o solo han resultado en reformas menores. En otros, las movilizaciones han derrocado Gobiernos. Este último no será el caso en Brasil, Chile o Turquía. Pero no hay duda de que el clima político países ya no es el mismo.
6. La prosperidad no compra estabilidad. La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos. La economía de Túnez ha sido la mejor de África del Norte. Chile se pone como ejemplo mundial de que el desarrollo es posible. En los últimos años se ha vuelto un lugar común calificar a Turquía de “milagro económico”. Y Brasil no solo ha sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Esta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que alienta otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable.
Y esa brecha, que produce turbulencias políticas, también puede ser transformada en una positiva fuerza que impulsa el progreso.
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sábado, 15 de junio de 2013

Causas económicas de las protestas en Turquia: Diez años de privatizaciones y reformas neoliberales

http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article53281

Uno de los argumentos más usados por los grandes medios de comunicación occidentales a la hora de interpretar el origen del estallido social en las calles de Turquía es la deriva islamista y autoritaria del Gobierno de Recep Tayip Erdogan.
De esta manera, los ‘mass media’ centran toda la atención en la disyuntiva islamismo-laicismo y autoritarismo-democracia, llevando a cabo un análisis simplista y parcial de la realidad que vive estos días el país euroasiático.
Y es que para poder analizar con mayor profundidad la reciente revuelta popular en las calles de ciudades como Estambul o Ankara, habría que adoptar algo más de perspectiva y poner la lupa en las políticas socioeconómicas que el Ejecutivo viene desarrollando durante estos últimos años.
El Gobierno de Erdogan, integrado por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), irrumpe en el poder en el año 2002 en un contexto de crisis económica (crisis financiera de 2001) donde acuerda un programa de medidas de claro corte neoliberal con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que pasan por la privatización del sector público, reformas laborales y drásticos recortes sociales.
Desde entonces, se inicia un proceso que no tiene marcha atrás: En 2007, se da luz verde a laprivatización de la compañía pública de tabacos de Turquía, Tekel En 2008, es el turno de la red eléctrica, con la venta de dos compañías de distribución en Ankara y Sakarya-Kocaeli . Además, ese mismo año se anuncia la venta del banco de propiedad estatal Halkbank y la privatización del 15% de las acciones de Turk Telekom.
En 2009, el Gobierno aprueba una legislación para otorgar el agua de los ríos, los lagos y los estanques a las corporaciones privadas. Esto significa que los recursos hídricos pueden transferirse a corporaciones, que hasta el momento sólo controlaban los servicios de distribución .
Debido a esto, la Confederación de los sindicatos campesinos turcos, Çiftçi-Sen, junto con más de 100 otras fuerzas de oposición social que defienden el reconocimiento del derecho al agua, forman una plataforma llamada “No a la comercialización del agua” y se manifiestan masivamente el 15 de marzo de 2009 en Estambul, en el marco del Foro Mundial del Agua.
En 2011, el Gobierno de Erdogan inicia las negociaciones para la privatización de 2.000 kilómetros de autopistas y puentes del país. De esta manera el Ejecutivo turco pretende ceder al capital privado hasta nueve carreteras de peaje y dos puentes sobre el Bósforo, vías de comunicación muy importantes en el área de Estambul.
A través de la llamada “Administración de Privatizaciones” (OIB por sus siglas en turco), Erdogan busca tirar adelante un paquete de privatizaciones en el país que incluye el textil, la minería, el petróleo, la alimentación o el transporte marítimo, entre otros.
En febrero de ese mismo año, 10.000 personas se manifiestan en el centro de Ankara en rechazo a la reforma laboral del Gobierno, que entre las medidas, destacan la reducción del salario mínimo para los jóvenes, la posibilidad de traslado de los funcionarios y permite la contratación de empleados sin seguro social. Muchos de los allí presentes corean gritos de “Esto es Ankara, no el Cairo”, “Tayyip ha llegado tu turno” y “Tayyip, te deseamos un final feliz como a Mubarak”.
Las directrices neoliberales aplicadas durante estos últimos años han generado un aumento de la desigualdad social en el país. Según la revista Forbes, en Estambul, capital financiera de Turquía, había un total de 35 multimillonarios en marzo de 2008 (en comparación con 25 en 2007), situándose en el cuarto puesto en el mundo. Un informe para empresarios interesados en invertir en Turquía elaborado por el banco español Banesto asegura que “el país está marcado por la existencia de fuertes desigualdades de rentas”Muchos empleados en Turquía no cobran más del salario mínimo de unos 570 dólares y el ingreso per cápita es casi la mitad que los ingresos medios europeos.
Quizás este conjunto de factores ayude a explicar el malestar social que ha dado origen a los disturbios que hoy vive Turquía, más allá del enfoque liberal que se pretende dar desde la prensa de Occidente.

sábado, 8 de junio de 2013

Hacia una primavera turca

http://elpais.com/elpais/2013/06/06/opinion/1370542906_540607.html

Es extraña la forma en que la historia vacila, cobra forma, se acelera y, de pronto, cristaliza.
A Recep Tayyip Erdogan se le ha tolerado todo durante los últimos 10 años.
Se le han tolerado los arrestos de periodistas e intelectuales, las arbitrariedades y el terror cotidiano.
Se le ha tolerado el cierre de establecimientos de venta de bebidas so pretexto de atentar contra la salud pública y las condenas por blasfemia contra escritores, humoristas y pianistas.
En nombre del “islam moderado” que se suponía representaba, se han aceptado los brotes de antisemitismo y la negativa obstinada, delirante, a apenas unos meses de su centenario, a reconocer el genocidio armenio.
Nadie quería ver la represión contra los kurdos y otras minorías.
Nadie quería admitir que, antes de que Europa le recordase las condiciones —no solo económicas, sino políticas y morales— exigidas a cualquier candidato a la integración en la UE, él, Erdogan, ya había decidido dar la espalda al Viejo Continente y a los valores que este representa y encarna.
Como “Ankara bien vale un sermón”, se forjó el mito de un “modelo AKP” basado en un islamismo de Estado controlado y, por tanto, ponderado, y que se suponía se asemejaría —en una versión apenas más dura— a una democracia a la italiana o a la alemana.
OTAN obliga (y también, hay que decirlo, los futuros gasoductos y oleoductos de Asia central que un día debían permitirnos escapar, eso pensábamos, al control de Moscú sobre el grifo energético del que dependen las capitales europeas), todos cerraban los ojos al estrangulamiento de la pequeña Armenia vecina, al expansionismo en las repúblicas musulmanas de la antigua URSS, al apoyo sin fisuras ni escrúpulos a todos los déspotas locales.
La misma sociedad turca, esa sociedad musulmana que creía haber exorcizado definitivamente, y desde hacía un siglo, los demonios del islamismo radical, asistía impotente, aparentemente resignada, o tal vez sin poder creerlo del todo, al desmantelamiento, lento pero metódico, de la herencia kemalista y sus grandes conquistas civilizatorias.
Y de pronto un proyecto inmobiliario, un simple —aunque faraónico— proyecto inmobiliario prende la mecha y desata una revuelta que se estaba incubando en secreto, pero que no había encontrado ni palabras para expresarse ni coraje para afirmarse.
¿Quiénes son estos manifestantes de la plaza de Taksim y esos otros que, en otras ciudades del país, han seguido su ejemplo?
Nadie quería ver la represión contra los kurdos y otras minorías
¿Ecologistas que se movilizan para salvar unos árboles centenarios?
¿Laicos que saben que su ciudad alberga ya algunas de las mezquitas más bellas del mundo y no ven el interés de construir una más en ese lugar simbólico no solo de la contestación, sino de la convivencia estambulita?
¿Kemalistas horrorizados ante la idea de ver una mezquita y un centro comercial que reproduciría exactamente un antiguo cuartel otomano reemplazar el Centro Cultural Atatürk, vecino al parque de Gezi, todo un orgullo para ellos?
¿Alevíes que consideran que bautizar el futuro tercer puente sobre el Bósforo con el nombre de Selim I, el sultán responsable de las masacres que les diezmaron hace cinco siglos, es una provocación que, sumada a otras tantas vejaciones y estigmatizaciones, rebasa el límite de lo tolerable?
¿Demócratas que, en ese centro comercial y religioso proyectado por un nuevo sultán en vías de “putinización” en versión otomana ven la fiel imagen del mercantilismo islamista que constituye la esencia de este régimen y su firma?
Todo eso al mismo tiempo, por supuesto.
Es como un velo que se desgarra o una máscara que cae.
Es la verdad de un Estado que, tras casi 11 años de ejercer un poder cada vez más opresivo y pese a haberse beneficiado de un crecimiento económico excepcional que ha convertido a Turquía en la novena potencia mundial, brilla a la vista de todos.
Es el rey Erdogan, que finalmente estaba desnudo, y el mito de su islamismo de cara amable que se disuelve como un espejismo.
No solo hay primaveras árabes.
Hay, habrá, una primavera turca impulsada por ese mismo pueblo de estudiantes, intelectuales, representantes de las profesiones liberales, europeístas, amantes de las ciudades y de la democracia que, hace seis años, tras el asesinato del periodista Hrant Dink, se manifestaba a la voz de “Todos somos armenios”.
Un día u otro, Turquía entrará en Europa.
Será una suerte tanto para ella como para un Viejo Continente que se hunde en la crisis.
Pero, para eso, tendrá que retomar su marcha hacia la democracia.
Tendrá que abrazar sin reservas el respeto al Estado de derecho y a los derechos humanos.
Y Erdogan ya no es —en realidad nunca lo ha sido— el dirigente que necesita para eso.
Les venía bien a las cancillerías y a la realpolitik de Occidente.
Pero se ha convertido en el enemigo de una sociedad civil que no se dejará confiscar tan fácilmente lo más noble de su memoria y que hoy le dice: “Tú también, Erdogan, ¡lárgate!”.
Bernard-Henri Lévy es filósofo.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Turquia: Se está hundiendo el imperio de las mentiras…

http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article52972

Artículos de Opinión | Editorial del Frente Obrero (Turquía) | 06-06-2013 |  facebook yahoo twitter
¡Gobierno, dimisión!
Las movilizaciones que han empezado para salvar de demolición el Gezi Parki (Parque de Paseo) en Taksim (Estambul), se han convertido en una rebelión popular ante el terror salvaje de la policía y la actitud prepotente y autoritaria del Gobierno turco. La rabia y la indignación acumuladas desde hace más de 10 años por las políticas represivas, reaccionarias y antiobrera del gobierno del AKP (Partido del Desarrollo y Justicia) ha impulsado el levantamiento actual con una única consigna común: “¡Gobierno, dimisión!”
Durante estos 10 años el Gobierno de AKP trató de legitimar su poder construyendo un imperio de mentiras. A pesar del crecimiento económico la pobreza de las clases trabajadoras se profundizó através de las políticas de “flexibilización” de la vida laboral y extendiendo trabajos precarios en todo el país. Turquía ya es uno de los países más injustos en el reparto de la renta nacional. Por otro lado, los derechos y las libertades democráticas están reprimidos por la Ley de lucha antiterrorista, mientras el terror de la policía contra las manifestaciones se convirtió en un procedimiento “ordinario”.
No obstante, durante todos estos años se han dado muchas luchas contra las políticas de represión y explotación del gobierno del AKP. Aún así, esas luchas tenían un carácter regional y quedaban aisladas. Pero ahora, como una respuesta a la actitud y discursos cada vez más autoritarios del Gobierno y del primer ministro, Tayyip Erdogan, estamos ante una movilización popular que se extiende en todo el país. Este movimiento popular es el golpe más grande desde hace una década al Gobierno y cuestiona su legitimidad ante la población.
Las movilizaciones que han empezado en Estambul se extendieron rápidamente a Ankara, Izmir, y otras ciudades; y tampoco han quedado limitadas en los centros de las ciudades, organizándose movilizaciones en los barrios obreros de las grandes ciudades. En este momento en que millones están en la calle y que el gobierno está ante la posibilidad de una derrota histórica, ¡es muy importante avanzar en la lucha! La tarea más urgente es la coordinación de las luchas tanto para su continuidad como por su seguridad, por una coordinadora encabezada por los sindicatos, las organizaciones sociales, los partidos políticos, etc. También tenemos que construir asambleas barriales para poder organizar y coordinar las movilizaciones en los distintos barrios y distritos de las ciudades.
¡Inmediato cese del terror policiaco contra la población! ¡Libertad a todos los detenidos! ¡Juicio y castigo de todos los agentes de seguridad y de sus superiores, responsables de herir y matar a los manifestantes!
Para poder lograr la dimisión del Gobierno, la consigna que gritan millones, a parte de fortalecer y coordinar las luchas, hay que organizar una huelga general. En el momento en que la clase trabajadora entre en escena, el Gobierno no puede resistir. Los sindicatos no pueden evitar esta tarea histórica.
Es hora de la huelga general, de organizar la resistencia general.

martes, 4 de junio de 2013

Turquía despierta del sueño islamista y democrático de Erdogan

ESTEFANÍA DE ANTONIO 
A la Turquía democrática se le ha caído el disfraz de modelo. El ejemplo de transición para las revueltas árabes ha sido incapaz de prever su propia primavera de descontento. Un estallido social que ha desnudado el traje de sultán de Recep Tayyip Erdogan.

Los "indignados" turcos dicen que no tienen el color de ningún partido. Kemalistas, comunistas, prokurdos e incluso algunos partidarios de Erdogan portan pancartas con la palabra "dimisión". No parecen tener liderazgo ni reivindicaciones claras, algo que amenaza con que las protestas se evaporen igual que han emergido, pero sí tienen un objetivo: fundir el puño de hierro con el que el primer ministro ha gobernado en los últimos años.
“Es una protesta cívica, urbana y apolítica”, observa Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y coordinador de la cooperativa de ideas Eurasian Hub. "Todas las críticas se centran en una sola figura, Erdogan. Creo que las revueltas son más un fallo del gobierno que un logro de los manifestantes", añade.
Erdogan ha tenido un error de cálculo fundamental. Y se ha encontrado con la mayor contestación en la última década. "Se ha empecinado en gobernar de espaldas al pueblo. Se ha convertido en un líder antipático, autoritario. Más preocupado por la política exterior y sus proyectos faraónicos que de los problemas locales", señala a RTVE.es el analista Veiga. "Recuerda a la última legislatura de José María Aznar", añade.

Erdogan, bajo el síndrome de Napoleón

Erdogan ganó hace dos años las elecciones con los mejores resultados de la historia. Y quizás esa mayoría absoluta marcó su propio ocaso. El estadista, el hábil negociador con la Unión Europea, el hombre que ha mantenido a raya a los militares y ha conseguido que la guerrilla kurda se retire a sus cuarteles se ha emborrachado de poder. 
La débil y fragmentada oposición ha hecho frente común. Abanderada por un profundo descontento hacia la deriva autoritaria de Erdogan, una parte de la sociedad turca ha dicho "basta" a quién hoy llaman "sultán". Protestan contra el primer ministro más por su estilo de gobierno -poco dialogante- y por su deriva islamizadora, que por su ideología. Y de hecho, el detonante de las protestas, el desalojo de un parque que iba a ser destruido para construir un centro comercial es el símbolo apolítico de esas manifestaciones.
No es solo un parque. Es la facilidad con la que Erdogan destroza el último pulmón verde de Estambul sin mediar consulta con los ciudadanos. Igual que planea abolir el aborto, se declara contrario a los partos por cesárea, persigue las muestras públicas de afecto, restringe la venta y consumo de alcohol e incluso el color de lápiz labial usado por las azafatas.
Igual que trata de modificar la Constitución para llevar al país a un sistema predencialista, esto es otorgar poderes ejecutivos a la jefatura del Estado, la misma a la que espera optar cuando termine en 2014 su último mandato como primer ministro. O igual que ha metido al país en la guerra siria a través del apoyo explícito a los rebeldes.
"El control gubernamental sobre la vida personal de su gente se ha vuelto insoportable en los últimos tiempos", afirma la bloguera e instructora de yoga Kokia Sparis en su blog muy seguido estos días. Según Reporteros Sin Fronteras, Turquía se ha convertido en la "mayor cárcel del mundo" para periodistas con más de 70 reporteros encerrados. Y la caza se extiende a jueces y militares.
Los ciudadanos no quieren una política pilotada desde el sillón de mando. Quieren participar en el proceso de toma de decisiones. "Erdogan tiene un gran ego, tiene el síndrome de Napoleón. Él se ha denominado asimismo como sultán... Necesita dejar de hacer eso. Es solo un primer ministro", afirma a la CNN Yakup Efe Tuncay, un manifestante de 28 años.

La economía como escudo

Erdogan ha advertido de que "esto no es una primavera turca" y que, por lo tanto, no tendrá el mismo final. A él le avalan las urnas.
"La caída del Gobierno en estos momentos es un sueño contracultural. Se tiende a confundir protestas con votos. La gente se está dejando la piel en la calle pero eso no significa que vaya a ver un vuelco político. Yo lo veo más como una fuerte llamada de atención", señala a RTVE.es el profesor Veiga.
La clave para Veiga está en la capacidad que tenga el Gobierno de responder al descontento de los manifestantes y de evitar el contagio que el clima de inestabilidad pueda insuflar a la economía. Y lo debería hacer en un tiempo récord. La Bolsa ha caído este martes un 10%.
"Turquía ha sido un refugio de inversiones, pero el dinero es muy cobarde y si se prolongan los disturbios y la inestabilidad se puede producir una fuga de capitales y un descenso de la actividad turística. Eso dañaría enormemente la economía turca, que es la base de poder sobre la que se sustenta el Gobierno de Erdogan", advierte Veiga.  "Si se rompe el espejismo de la gestión económica entonces el Gobierno sí se podría ver seriamente amenazado porque no tendría en nada en lo que apoyarse", añade.
Las grandes cifras macroeconómicas apuntalan a Erdogan en el poder. Turquía creció más del 8% en 2010 y 2011 y un 2.2% en 2012, y el paro se mantiene en el 8,5%. Los tipos de interés marcan mínimos históricos y el turismo y las exportaciones están al alza. Solo la inflación (8,9% en 2012, según la OCDE) ahonda en las desigualdades sociales.

La alternativa está dentro del AKP

Erdogan aseguró desde Rabat, donde se encuentra de viaje, que todo estará solucionado a su vuelta. Pero resulta evidente que habrá un antes y un después para su gobierno tras este despertar social.
"La revuelta puede sacudir la estructura de poder del partido gobernante, el islamista Justicia y Desarrollo (AKP), al tiempo de dar más popularidad al presidente, Abdullah Gül", señala el corresponsal de Efe, Ilya U. Topper. Por lo pronto, Gül y el viceprimer ministro, Bülent Arinç, han tratado de conectar con los manifestantes con un discurso moderado, de disculpa y de llamada a la calma.
La oposición podría capitalizar las protestas, pero el Partido Republicano CHP no ha demostrado capacidad ni liderazgo para organizar una alternativa real.
"La alternativa a Erdogan está dentro del AKP, que cuenta con gente muy preparada. Una sustitución en la cabeza del gobierno daría al partido más sustancia y longevidad. Los partidos no pueden pagar el precio de líderes iluminados. El secreto está en que sepan reinventarse y conectar con la sociedad civil", apunta el profesor Veiga, para quien el modelo turco de democracia islamista no está agotado. "Quién está agotado es Erdogan", añade.
Pero ese modelo tiene que pasar necesariamente por reconciliar a las dos Turquías. A la urbana, moderna, europea, republicana, laica, kemalista y heredera de Ataturk, que ha tomado estos días las calles. Y a la provincial, islamista, ancestral, que ha votado a Erdogan durante la última década. La primera se pasea por Estambul, Ankara, Esmirna y las ciudades de la parte occidental. La otra se refugia en la Anatolia Central. Y las dos se miran hoy en un espejo roto.

¿Seguirá ardiendo el infierno turco?

Tras un fin de semana con Turquía empantanada, el lunes es una prueba de evaluación de la furia ciudadana. "Es época de exámenes. Los universitarios irán corriendo a acabar los suyos en el menor tiempo posible y volverán a Taksim para proteger el parque Gezi", aseguraba Kivanç a ELMUNDO.ES en la madrugada del lunes. A esa hora, un grupo de manifestantes se retiraba de las barricadas: «Vamos a descansar para tomar el próximo relevo».
Durante la noche del domingo el 'hashtag' #genelgrevedavet (Invitación a la Huelga General) coronaba la lista de 'trending topics' turcos en Twitter. En Turquía, un país en el que las huelgas generales no están permitidas, un hecho así supondría un desafío ciudadano sin precedentes en la historia. Quieran o no, con el centro de Estambul inhabilitado para el transporte, el lunes será más difícil de lo habitual llegar al trabajo.
En Ankara, la capital del país, no están las cosas más tranquilas. Las virulentas cargas del domingo, que dejaron decenas de heridos, han enfurecido a los manifestantes. Kizilay, la plaza central de la ciudad, fuecampo de batalla hasta altas horas de la noche. Sus fatales consecuencias tampoco hacen presagiar que, en el tuétano de la República de Turquía, las cosas vuelvan a su cauce con la vuelta a la semana laboral.
El centro de Estambul está cerrado a cal y canto. Decenas de barricadas pertrechadas con vallas, postes, jardineras y hasta vehículos destrozados dibujan un paisaje jamás visto allí en la historia. En el barrio de Besiktas, más de 500 policías tuvieron que emplearse a fondo para avanzar posiciones y llegar al estadio de fútbol. Tras ellos, las excavadoras trabajaban a destajo para desmontar las defensas de los manifestantes.
En Taksim, numerosos vehículos policiales yacen bocabajo o carbonizados. Los manifestantes acusan a agentes infiltrados de incendiar los coches. "Esto no son más que provocaciones", lamenta un joven participante en las protestas. Provocación. Es la palabra más oída después de «dimisión». La segunda no está en la cabeza del Primer Ministro Erdogan; la primera, dicen los indignados turcos, es constante en su boca.
Tras ningunear a los manifestantes durante 36 horas, el primer ministro tomó la palabra el sábado para acusarles de estar manipulados por extremistas. El domingo, con las calles de Ankara, Estambul y Esmirna ungidas en fuego, el ‘premier’ confirmó, en una entrevista televisiva, que su plan seguía siendo destruir el parque de Gezi, el bosquecito de tres hectáreas cuya protección derivó en los disturbios.

Provocaciones de Erdogan

Según reflejaba la agenda del gobierno de Marruecos, Rabat espera para el lunes la visita del primer ministro de Turquía. Tayyip Erdogan, cuyo nombre aparece hoy en miles de paredes del país acompañado de la palabra "istifa" (dimite), subiría un grado más su desconsideración con los manifestantes. Esto sería lo contrario del sosiego y la moderación solicitados por su colega, el presidente Abdullá Gul.
La ristra de provocaciones de Erdogan, según entienden los manifestantes, ha contribuido a extender las protestas. Sumadas a labrutales cargas policiales sufridas, han contribuido a que el magma social siga saliendo a borbotones del volcán. "Sólo Dios sabe cómo va a acabar. Nosotros seguiremos luchando", aseguraba el domingo Sait, miembro del Çarsi, la afición más radical del equipo de fútbol del Besiktas.
"Hoy no podemos ver cómo acabará esto, pero lo ocurrido ya es un hito para la política doméstica turca", razona Güven Gürkan Öztan, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Estambul. "A partir de hoy a Erdogan le va a ser imposible mantener la tendencia política exhibida hasta la fecha", asegura, recordando cruzadas recientes contra el alcohol, el derecho al aborto o las 'actitudes públicas indecorosas'.
El estilo autoritario e islamista del líder turco tiene para él y su formación política, el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) una justificación democrática: gobierna con el 49’83% de los votos y 327 de 550 escaños en el Parlamento. "Pero la oposición se ha unido y heterogeneizado", advierte el profesor Gürkan Öztan. Y esta unión es un 50’17%.
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Estambul saca tarjeta a Erdogan

Si la “revuelta cultural” que se inició en Estambul y se ha extendido a otras ciudades está enviando algún mensaje, está dirigido exclusivamente el primer ministro de Turquía. El que Recep Tayyip Erdogan tenga o no la voluntad y el tiempo para sentarse, analizar y asimilar estos mensajes también definirá el rumbo de la política del país que ha liderado durante una década.
En esencia, la cuestión es el haberlo hecho todo demasiado personal y haber llevado eso demasiado lejos. Si estiras una goma una o dos veces, es posible que no pase nada, pero si la estiras demasiado, puede acabar haciéndote daño en la mano. Juzgando objetivamente lo que ha estado sucediendo, parece que eso es lo que le ha pasado a los diversos tejidos sociales de Estambul y de otras grandes ciudades.
Con el pretexto de un proyecto para un parque, la revuelta, consecuencia de la acumulación de emociones en la mente de los ciudadanos, principalmente los jóvenes, pero incluso gente con puntos de vista políticos claramente opuestos, es un coro social que saca al poderoso líder turco una tarjeta amarilla, por así decirlo, a su retórica y sus políticas relacionadas con la vida urbana. Es una ensordecedora protesta que grita “¡alto ahí!” ante el imponente alarde de un ego hinchado y tal vez envenenado.
No tenía por qué haber llegado tan lejos, pero se han combinado varios elementos y esta sido la gota que colmó el vaso.
El punto primero y más importante tenía que ver con el patrón que emergió rápidamente en Turquía de obediencia incondicional hacia Erdogan. A pesar de una serie de advertencias amistosas procedentes de personas ajenas al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), la mayoría de la “gente sabia” del partido —la camarilla fundadora— se siente demasiado intimidada para negociar, cuestionar o plantar cara al voluntarioso jefe de Gobierno.
Como es bien sabido en la historia de la política, lo único que consigue un método de gestión política tan vertical es instigar el servilismo, nada más.
Vistos los zigzags en su conducta desde las elecciones de 2011, desde luego da la impresión de que estos elementos han llevado a Erdogan a perder el contacto con la realidad, a parecer distraído y confundido y a actuar erráticamente en ocasiones.
Esto no ha hecho sino alimentar sus delirios de grandeza, que puede que expliquen su negativa a reflexionar sobre las verdaderas causas de la revuelta urbana. Los acontecimientos demuestran que la protesta gira en torno a él y no tanto en torno al movimiento que lidera. Por tanto, la primera cuestión es si prestará o no atención a la disensión —dentro de su partido y fuera de él— a fin de recuperar su contacto con la realidad.
El segundo punto tiene que ver con el mandato que se le ha encomendado desde 2002 y la razón por la que sigue siendo tan popular. Si el AKP sigue siendo, después de una década, tan querido entre las masas, es porque se considera que representa un vehículo para alcanzar el destino de la plena democracia. Los votantes —que se extienden mucho más allá de una masa social de musulmanes devotos— han renovado su apoyo cada vez que han acudido a las urnas porque creen que Erdogan debe ser el conductor que concluya ese trayecto con éxito.
Los votos recibidos desde 2002 han sido para una misión, no solo para una economía fuerte, sino también para un Estado de derecho, para la justicia, para la libertad, para la igualdad y para la coexistencia pacífica. Y por encima de todo, para la dignidad humana y el respeto por el prójimo. Los ciudadanos de Turquía están hartos de que se les trate como ganado y quieren decidir su destino en medio de la serenidad social, sin miedo.
Sin embargo, desde 2011, Erdogan ha adoptado un planteamiento de "laissez-moi faire tout" [dejadme hacerlo todo] y se ha dedicado a una frustrante microgestión de los estilos de vida de los ciudadanos y a dictar las pautas culturales. La mayoría considera que otorga prioridad a valores morales mayoritarios, en detrimento de otros, lo cual ha dado origen al miedo y a la marginación. A pesar de las advertencias y las señales, ha intensificado su paternalismo, como hemos presenciado, hasta el punto de sermonear y humillar a algunos segmentos sociales, diciéndoles: “Id a casa y bebeos las copas allí” o hablando de los “jóvenes borrachines”. La polarización, que ya estaba ahí, alcanzó su máximo, y ha producido un efecto indeseado.
La cuestión crucial es si recuperará la humildad y asimilará sus errores. No me siento muy optimista, a menos que cambie sus círculos próximos. Como advierte el director de Today’s Zaman, Bülent Kenes, “el AKP se ha asociado con proyectos gigantes de construcción, en Estambul y otras ciudades, que no son escrupulosos con el medio ambiente, solo para crear beneficios para algunos de sus partidarios”.
Si Erdogan mantiene su actitud desafiante o amenazante, también su partido debería tener miedo: las probabilidades de conservar el poder en el Ayuntamiento de Estambul son menores, el proceso de paz con los kurdos será más vulnerable al sabotaje, y un nuevo sistema presidencial en la nueva Constitución sería un sueño imposible.
Yavuz Baydar es analísta, político y columnista del diario turco Today’s Zaman.



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