domingo, 16 de agosto de 2009

Estambul en 48 horas

Dos días son pocos, pero también lo son dos siglos, para recorrer una metrópolis que se extiende por dos continentes y en la que perviven restos romanos, bizantinos y otomanos

La modelo turca sonríe a la cámara. Tacón imposible, recogido a lo Grace Kelly. Detrás tiene el Bósforo y la zona asiática de una ciudad, Estambul, que se ensancha por dos continentes. Delante, uno de los barrios de moda, Ortaköy. La modelo habla inglés y atiende a las súplicas del equipo holandés que la rodea. Estambul está de moda. La plaza de Ortaköy se extiende frente al embarcadero y es una mezcla de antiguas casas de madera, modernas terrazas que se reflejan en el Bósforo y cafés que compiten en diseño y que dejarían en desventaja a los lugares más fashion de Barcelona y asombrados a los de Londres o Nueva York.

Aquí la gente guapa se deja ver, toma el sol o coge un trasbordador que los lleve a Asia o a la Europa antigua (al barrio monumental de Sultanahmet). Unas niñas con pañuelos negros observan a la modelo. Han irrumpido en la escena de la nada y, para el forastero, la sensación que provoca el contraste es agrio. Los estambuleños no se inmutan.

El Estambul más moderno y el más conservador se encuentran a cada paso, se respetan y se extreman por el roce. La llamada del almuédano descongela la escena. Su cántico no se parece a los que llaman a oración y que encandilan cinco veces al día a los de fuera. Este es triste. Un rezo por un muerto. El Bósforo se remueve. ¿La brisa? ¿El fantasma del muerto? La modelo descansa y se cubre con una chaqueta.

Estambul, la antigua Constantinopla, aturde y encandila. En los siglos XVIII y XIX los viajeros se quedaban fascinados ante los palacios del imperio otomano --el de Topkapi es una joya-- y fantaseaban con asomarse a un harén. Quien llega ahora a Estambul aún alberga esos mismos sueños. Aquí están las huellas del imperio romano, del poderío bizantino y de los otomanos. Tradición y modernidad conviven en esta ciudad de 10 millones de habitantes en la que el ritmo se descontrola. Ortaköy es, sin duda, el mejor lugar para preparar las visitas a las mezquitas, a los museos, al Estambul abarrotado de gente, a la megalópolis que va y viene.

Esta ciudad merece miles de caminatas, muchas puestas de sol junto a los pescadores que, desde el puente de Galata, se rinden a la belleza del Cuerno de Oro y, por supuesto, trasnochar en Taksim o en algún restaurante de pescado a orillas del Bósforo. "No podría vivir sin él", asegura una estambuleña mientras lo mira. Tiene razón, el Bósforo es el corazón de esta ciudad.

Estambul se reparte entre la zona europea y la asiática, divididas por el estrecho del Bósforo, en el que confluyen el mar de Mármara y el Negro. A su vez, Europa también tiene dos orillas, la Europa antigua y la Europa moderna, separadas por el Cuerno de Oro, una entrada del Bósforo a la ciudad.

CATALINA GAYÀ